Pero también es el comienzo. Comienzan los madrugones, las clases, la rutina, las rebajas. Y según algunos también es el comienzo del fin, del fin del mundo.
Hace un par de semanas o tres estaba muy motivada, quería que éste año la navidad no pasase desapercibida en mi casa, había que adornarla, iluminarla, pensar en villancicos y regalos, preparar fuentes de turrón y mazapán e ir al mercado a buscar el mejor cordero. Ahora, una vez que la hemos pasado he pensado en echar la vista atrás y contaros mi visón de estas fechas tan señaladas, adoradas por unos, odiadas por otros, pero que para bien o para mal no suele dejar indiferente.
Yo creo que la navidad es un estado de ánimo, es ver las cosas de forma positiva, es salir a la calle a ver las mismas luces de todos los años a pesar del frío, es reírte del mismo chiste malo de todos los años. Que no te importe el madrugón del seis de enero por ver la cara de ilusión de los niños. Eso es la navidad, ilusión, aunque sea lo mismo de todos los años.
Y a mi modo de ver no hay nada que represente mejor este espíritu navideño, esta ilusión, que la Loteria de Navidad. La ilusión es creer, creer en que todavía hay esperanza, que las cosas cambiarán, mejorarán o seguirán igual de bien. Por eso, todos los años, somos testigos de cómo la lotería intenta contagiarnos con ese espíritu de la ilusión con campañas como: "Qué la suerte te acompañe", "La suerte es de todos" o "¿Y si cae aquí?". Este septiembre Loterías y Apuestas del Estado transformó la Plaza de Callao de Madrid en "La plaza de los sueños". En ella se instalaron esferas gigantes que emulaban las de los sorteos, en ellas la gente podía depositar su sueño y eran proyectados. Con todos los sueños que fueron recogidos se fabricarán los décimos de las siguientes navidades; será la primera vez que estén fabricados con papel reciclado. Y como decían este año: "Si sueñas... loterías".
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